El resentimiento colectivo
“Si la libertad significa algo, será, sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír”: George Orwell, escritor y periodista británico.
El preámbulo de las campañas políticas del 2018, se ha convertido ya en un fenómeno que habrá de marcar el futuro inmediato de los municipios, los estados y el país entero. No se trata de otra corriente ideológica ni de una revolución de masas como algunos quieren presentar, sino por el contrario es únicamente un reacomodo de la clase política, que no implica el cambio de paradigma y mucho menos de las clases dominantes.
Lo que sí es nuevo en este proceso es la aparición de personajes ajenos al oficio político, lo que evidencia por un lado el cansancio de la base electoral en torno al Estado, pero que a su vez reconoce que no existe otro camino más que la vía democrática, y por el otro la intención de los excluidos para formar parte de esos grupos de élite que los han rechazado, y para ello exigen su derecho a ser ciudadanos como ocurrió en la Europa industrializada del siglo XIX.
De acuerdo con Norberto Bobio (1909-2004), en aquella época los excluidos del desarrollo de las ciudades y de la toma de decisiones que eran acaparadas por los burgueses, comenzaron a organizarse para reclamar a través de la protesta la igualdad como miembros de la ciudad y ejercer en consecuencia su plena ciudadanía política y moral.
Esta exigencia, encuentra su origen en el “resentimiento colectivo contra la sociedad burguesa” y se convierte rápidamente en un fenómeno contagioso en el que “los grupos subalternos ya no perciben como natural e inmodificable su condición de ciudadanos de segunda o de tercera categoría, ahora pretenden un estatus igual al de las clases privilegiadas”.
Sin mayor planteamiento que formar parte de la burguesía, los nuevos ciudadanos comenzaron a participar cada vez más en la toma de decisiones sin que ello representara un desarrollo sustancial para las clases obreras, sin embargo, abrieron la puerta para la movilidad de los estratos sociales.
De igual forma, lo que observamos en el proceso electoral con la llegada de candidatos independientes y/o sin partido político, no es por sí mismo una transformación, sino simplemente una apertura que realizan las clases dominantes para ceder espacios a los sectores periféricos, sabedores de que al no hacerlo la presión social podría generar rupturas que dejarían daños incalculables.
Lo que no hay que perder de vista es que la apertura de los círculos de poder no implica la entrega del gobierno en manos de los recién llegados, mucho menos, que los grupos dominantes permitan de facto la igualdad de oportunidades civiles y democráticas, sobre todo porque estas atentarían contra sus intereses de grupo.
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