Una espiral de violencia
Tardó pero llegó. El clima de inseguridad y violencia que hasta hace un lustro veíamos de lejos, a través de reportes policíacos de la zona norte de México, ahora se registra en el estado de Puebla y con mayor incidencia en la zona del centro, como lo ocurrido el miércoles muy cerca del arco de seguridad de Palmar de Bravo, donde un grupo de huachicoleros se enfrentaron a militares por el decomiso de hidrocarburo.
Aunque pareciera un conflicto entre únicamente grupos delictivos o entre la delincuencia y corporaciones de seguridad, las circunstancias advierten una descomposición social similar a la vivida hace una década en entidades como Tamaulipas, Chihuahua, Durango y Nuevo León, donde las bandas criminales se apoderaron de territorios hasta la militarización.
Es preciso recordar que después de iniciada la “Guerra contra el narco” se desató la violencia entre grupos delictivos, crisis de la cual Los Zetas se declararon en 2010 como un grupo independiente, tras su ruptura con el Cartel del Golfo. A partir de entonces se convirtieron en el grupo de mayor crecimiento y más sanguinario del país.
Pronto comenzaron los reportes aislados sobre la desaparición de personas, automovilistas y autobuses completos, hasta que un día de abril de 2011 una masacre en San Fernando, Tamaulipas, llevó a encontrar fosas clandestinas en las que fueron hallados 289 cuerpos y sobrevino una espiral de violencia.
Pasaron apenas cuatro meses y en agosto de ese mismo año, un ataque considerado como terrorista dejó 52 muertos en el Casino Royale de Monterrey, ahora se sabe, también achacado al cartel de Los Zetas. El hecho provocó un antes y un después del gobierno del entonces presidente Felipe Calderón.
Ese camino que ya recorrieron los estados del norte, del cual no han podido librarse, es similar al que ha comenzado a recorrer Puebla a raíz de que autoridades y comunidades enteras abrieron la puerta al robo de hidrocarburo. Ahora la preocupación ya no debe ser el presente, sino el cómo evitar esta misma espiral en la que todos callan como queriendo cerrar los ojos para no ver y taparse los oídos para no escuchar.
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