Al cierre del sexenio, los vacíos de poder se sienten con un claro énfasis entre la población. Temas pendientes como la atención a la pobreza, la falta de una alerta contra la violencia de género y la seguridad pública, muestran su lado más crudo y ponen al descubierto lo que durante años se ha dejado de hacer en Puebla.

Lo más evidente son los niveles de inseguridad y delincuencia que han ido en aumento en los municipios del estado, sin importar si se trata de los más poblados o los más pequeños y escondidos de la entidad. En cada uno de los 217 municipios se enfrentan hechos delictivos y de violencia que hasta hace unos cuantos años solamente eran noticias de lo que ocurría en otra parte; ahora ocurren aquí, a la vuelta de la esquina.

El hecho más reciente se registró la noche del domingo pasado en el municipio de Zacapala, una comunidad de mixtecos y popolocas ubicada al poniente de Tepexi de Rodríguez, al suroeste del estado, donde pobladores arremetieron contra un muchacho de escasos 25 años acusado de robo a una tienda de abarrotes. Sea cual sea el motivo, el guion de la historia es siempre el mismo llámese Ajalpan, Quimixtlán, Chichiquila, Tehuacán o la propia ciudad de Puebla.

Las ejecuciones sumarias pareciera que se han popularizado de la mano del nuevo modelo de justicia penal implementado en México, el cual no termina de ser entendido por la población y por lo tanto, tampoco es aprovechado eficientemente por quienes son víctimas de delitos. La percepción es que la nueva justicia protege a los delincuentes e incrementa la impunidad, aunque en realidad es todo lo contrario.

Además de los hechos delictivos, los poblanos manifiestan sentirse inseguros al caminar en las calles y en el lugar donde viven, pero además desconfían de los cuerpos policiacos que frecuentemente son vinculados con bandas del crimen organizado, aunque esto tampoco pueda generalizarse a todos los integrantes de las corporaciones.

En medio de este clima de violencia y de zozobra, tampoco se observa una acción decidida de las autoridades estatales o municipales, pero tampoco de las instituciones que parecieran “dejar hacer, dejar pasar” en espera de que termine el año y llegue una nueva administración que ponga orden en casa o al menos brinde una sensación de afectividad.

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